Antes de aterrizar hay que observar el horizonte tras la ventanilla. Se vislumbran nubes en la lejanía, más oscuras y voluminosas que las que habitualmente cubren el Atlántico. Se arraciman porque el relieve escarpado madeirense impide su circulación con normalidad. 

Las escenas nebulosas tiñen el paisaje con miles de grises, pero de cerca se aprecia una costa norteña, verde, abrupta y escarpada; abajo, el mar poblado de borreguitos rompe contra las rocas y bate espuma sobre espuma, mientras esa luz borrascosa se muestra atractiva. Algo me dice que esta isla me va a gustar, aunque aún no sé por qué, ya que casi todo se aprecia en tonos grises que recuerdan a las películas mudas.

Al rato el avión cruza una superficie estrecha y pelada, en el extremo occidental de la isla, una lengua ocre de tierra desierta y repleta de farallones, islotes rocosos y acantilados verticales. Sobrevolamos la Ponta de São Lourenço, orientada al sol naciente. 

Foto panorámica de las vistas de Ponta de São Lourenço
Vista de Ponta de São Lourenço

La imagen ya es nítida y, por fin, brilla el sol, que asoma por el sur entre dispersas nubes de algodón, iluminando una gama de marrones que desgarra el azul oceánico. Todos estos parajes forman la parte más oriental de Madeira pero esta isla tiene muchos otros más coloridos. Aterricemos y busquémoslos.  

UNA PONCHA Y… ¡AL NORTE! 

La carretera que une el sur con São Vicente, al norte, atraviesa la isla, pero antes de llegar hay que parar en la Taberna da Poncha da Serra de Agua para probar la poncha, el cóctel típico de Madeira, pero si conduces puedes optar por una bebida sin alcohol como la nikita, con helado de vainilla y zumo de maracuyá.

Foto del Interior de la Taberna da Poncha da Serra de Agua
Interior de la Taberna da Poncha da Serra de Agua
vasos de poncha
Poncha, el cóctel típico de Madeira

Camino arriba se atraviesa uno de los túneles que se construyeron para facilitar el transporte a través de la isla. Al salir la luz cambia, se ve diferente, y el paisaje se muestra aún más abrupto y selvático, más verde y más húmedo; está menos poblado y la naturaleza se desborda. Bienvenidos al norte

En la parte septentrional, por su mayor pluviosidad, desde el siglo XV se realizaron las levadas, canales que recogían aguas de las partes altas norteñas y las llevaban hacia el sur, más seco y soleado, para regar las plantaciones de caña de azúcar. Muchas rutas de senderismo recorren estas traídas internándose en plena naturaleza: paseos entre bosques de laurisilva, helechos arborescentes o brezos gigantescos que nos evocan el legendario hábitat de los dinosaurios. Y agua… mucha agua, de arroyos, torrentes y cascadas como la Levada do Risco que, en dos tramos, salta 200 m de caída libre en el escenario de un teatro natural, rocoso y vertical.

Foto de la Cascada Levada do Risco en la ciudad de Madeira
Levada do Risco

También existe una ruta histórica que transita por la costa, el Camino Real que, empedrado, servía de conexión entre los pueblos, antes de que existiesen carreteras y, sobre todo, los túneles que en la actualidad agilizan los traslados. Uno de los paisajes más bonitos por los que atraviesa el Camino Real se localiza en la desembocadura de la Ribeira do Cardo, en tierras de Boa Ventura.

Foto del Camino Real
Camino Real / Foto: www.visitmadeira.com

Integrada en este paraíso, la bodega Terra Bona ofrece una experiencia inigualable de cata de buenos vinos, atlánticos y de uvas riesling, con buenos platos de atún confitado y chocolates de UAU Cacau en un balcón natural que habría firmado para su hogar la diosa Gea (creadora del mundo) y cuyo esplendor es único. Y la mesa para la cata, en una pequeñita península elevada justo encima de la desembocadura de la Ribera do Cardo, allá donde se forma una playa pedregosa, entre dos islotes y un acantilado oscuro y volcánico que se eleva hasta el cielo. Todo acompañado por el rugido ronco y cadencioso de las piedras batidas por las olas, un sonido que ayuda a meditar y desconectar. Al girar la cabeza hacia el interior se divisa el barranco repleto de bosques verdes y frondosos atravesados por el Camino Real que asciende en zigzag hacia un pico, ubicado junto al mar, hasta rozar la maraña de nubes grises. Mientras el viento atlántico parece susurrarte: ¡No te vayas, no existe nada igual! 

EL SUR ES DIFERENTE  

Es más seco y soleado y está más poblado, por eso allí está situada la capital, Funchal, que se ubica en una gran rampa que parece un graderío que mira al océano. Es otro ambiente totalmente diferente. Y desde el mar se ve un paisaje urbano maravilloso, que se eleva y se integra en la naturaleza, con hoteles de lujo en lo alto de un acantilado o el famoso museo de Cristiano Ronaldo junto a la orilla. También se encuentra allí cerca el Clube Naval do Funchal del que parten los veleros de Happy Hour antes del alba. Te sirven un desayuno mientras disfrutas del amanecer y de la panorámica funchalesa; pero para conocer lo demás hay que caminar por sus calles.

El Mercado dos Lavradores se muestra pleno de exotismo en sus puestos, algunos con el colorido tropical de las frutas y los ricos aromas vegetales. La famosa planta de interior llamada costilla de Adán da una especie de piña cuyo sabor es una mezcla de plátano y ananás. En las pescaderías sobresale el más raro: el pez sable, que habita a más de 1 km de profundidad. Su estampa es negra y alargada, con grandes ojos y con la boca repleta de dientes que parecen clavos. Terrorífico.

Foto de un puesto de el mercado
Puesto junto al Mercado dos Lavradores

Cerca del mercado y junto a la playa sale el teleférico que asciende hasta las inmediaciones de los Jardines Tropicales Monte Palace, un precioso rincón de flora tropical: helechos arborescentes u orquídeas en un entorno con estanques, cascadas, puentes… y una exposición de minerales y otra de arte africano. Es recomendable solamente hacer la subida en teleférico porque la bajada será diferente, una cesta de mimbre empujada por los carreiros será el vehículo, como hacían en su origen en el siglo XIX por las calles. Una experiencia única y propia de esta isla.

Recorriendo el sur sobresalen varios lugares que comparten buena gastronomía y la compañía del Atlántico. Câmara de Lobos, un encantador pueblo de pescadores con rincones para la foto y la buena mesa. 

Vistas al puerto de Camara de Lobos
Puerto de Câmara de Lobos

Otro de los mejores lugares se alcanza en teleférico, que desciende casi en vertical hasta Faja dos Padres, una pequeña planicie entre el mar y un muro de piedra de 300 m, también se puede llegar en pequeñas embarcaciones. Pero no es el único sitio de estas características, hay que desplazarse hacia el oeste para ver más lugares singulares. 

Foto del Teleférico
Acceso a Faja dos Padres en teleférico

POR LA TARDE AL PONIENTE

En medio de la antigua carretera, inserta en pleno acantilado, vierte sus aguas la Cascada dos Anjos. La gente lo ve, para y aprovecha para refrescarse con una ducha natural y hacer bonitas fotos al contraluz del atardecer para triunfar en las redes sociales.

Foto de la cascada dos Anjos sobre la carretera en la ciudad de Madeira
Cascada dos Anjos sobre la carretera

Continuando al oeste está Paul do Mar, otra llanura pegada al Atlántico. Una experiencia preciosa es sentarse a tomar un cóctel o cenar en la terraza de Maktub Bar mientras brilla el océano con los últimos rayos de sol. Justo antes del ocaso los rayos se meten hasta el fondo del bar.

Si buscamos el último rayo de sol, y tal vez ver el famoso rayo verde, habrá que llegar hasta el cabo Ponta do Pargo, el punto más occidental de Madeira. Puede que el lugar nos dé una grata sorpresa aunque no siempre ni tampoco a todos. La naturaleza es así. El reto no es fácil: tratar de percibir la curvatura de la Tierra. El hándicap es que estás casi a ras de suelo, pero se puede, para ello tiene que haber unas condiciones concretas del estado del cielo y del mar, ¡cruza los dedos y mira! El horizonte se divisa en unos 270º y realmente no parece una línea recta. Poder apreciarlo sería un remate maravilloso a la visita de los cuatro puntos cardinales de Madeira. 

GUÍA PRÁCTICA

Dormir 

Quinta Vale Vitis, en Sâo Vicente. Con encanto, tranquilo y buenas vistas. Ideal para ir con coche. Piscina. Con barbacoa para tomar la típica espetada.

Hotel do Furao, en Santana. Sobre un acantilado. Muy buenas habitaciones e instalaciones: dos piscinas, sauna, jacuzzi…. Excelente restaurante, buen servicio y comida. Elaboran su pan y cuatro vinos. Y poseen una casa típica de Santana.

Hotel The Vine, en Funchal. Céntrico, habitaciones grandes y confortables. Piscina en terraza. Su restaurante Uva, en el ático, uno de los mejores de la isla. Cocina de mercado con excelentes elaboraciones, al filo de la estrella pero sin ese precio.

Comer

Restaurante Patio das Babosas, en la parte alta de Funchal, junto al teleférico. Pertenece a la Asociación de Promoción de Madeira. Especializado en el pez sable. Platos copiosos. Buenas vistas desde la terraza..

Restaurante Vila do Peixe, en Cámara de Lobos. Buenas vistas desde la mesa. Pescados muy frescos a la vista, tú eliges. Recomendable, la churrascaría do peixe, con un buen vino blanco local. Muy cerca, una poncha, en el bar Number Two.

Maktub en Paúl de Mar. Bar de copas y restaurante con música en vivo. Y todo bueno. Ambiente caribeño. Lo mejor, su atún. Inolvidable.

Faja dos Padres, un chiringuito de los buenos. Poseen cultivo ecológico de huerta. Lo mejor, los platos de pescado fresco con vino local y los postres.

Más información

https://www.visitmadeira.com/es-es 

https://www.madeira-web.com/es/ 

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Geógrafo, locutor y escritor de artículos sobre viajes.